miércoles, 28 de noviembre de 2012

La huída inútil de Violeto Parson


Reseña publicada en La Diaria el 26 de noviembre de 2012.

Cambio Cromático


La huída inútil de Violeto Parson, Pablo Silva Olazábal, 157 páginas, Ediciones Dixi, Montevideo, 2011.




Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, 1964), es el autor de buenos libros de relatos como “La revolución postergada”(2005) y “Entrar en el juego (2006), y del imprescindible reportaje “Conversaciones con Mario Levrero” (2008, reeditado en Chile en 2012). También, este licenciado en ciencias de la comunicación, se ha hecho muy conocido en el mundillo literario por ser el conductor de La máquina de Pensar, un programa de Radio Uruguay que desde marzo del 2010 se dedica a difundir la labor de escritores y poetas.

La novela que hoy nos ocupa ganó la única mención de honor en el Concurso Literario Municipal de Montevideo, edición 2010, donde fueron jurados Sylvia Lago, Hugo Fontana y Guillermo Álvarez Castro.

Narra la historia de un hombre que despierta maltrecho en una habitación, y descubre que no recuerda nada de su pasado, salvo su nombre: Violeto Parson. Luego inicia un peregrinaje sin rumbo, que le depara encuentros con gente desconocida, malentendidos, e incluso una golpiza a manos de un salvaje capataz que se dedica a estafar a los trabajadores. Casi por inercia llega a una estancia, trabaja de peón hasta que le sobrevienen varios desmayos, y posteriormente, tras desatar (sin advertirlo) una tragedia de proporciones, abandona el lugar.

La historia flota sagazmente entre el realismo, el clima enrarecido del fantástico, la parodia y la alegoría. Tiene ecos de Levrero y de Onetti. Del primero por cierta atmósfera onírica y esa sensación constante del personaje de estar como desprendido del mundo, y del segundo más que nada por los puntos de contacto que podríamos establecer con El astillero. La estancia, que tiene el engañoso nombre de La Tentación, es -como en la obra de Onetti- una empresa venida a menos, en la que todos los involucrados participan de un simulacro que permite seguir creyendo que el tiempo no ha transcurrido y que se sigue viviendo en la prosperidad de antaño. Esta inmovilidad existencial marca precisamente la lucha de Violeto.

Es una obra de aprendizaje dividida en dos partes, y escrita de un modo minucioso, lo que no impide que la lectura sea muy ágil en todo momento. Desde la narración morosa de los procesos interiores hasta la acción trepidante del final, el autor controla el ritmo de una prosa convincente, madura y plena de hallazgos. Tiene frases exactas y descripciones inspiradas como las del siguiente párrafo: “Giró y contempló las casas que allá en lo alto se perfilaban con la definición de sombras chinas. Una nube se desprendió hasta desmigajarse por completo y la luna brilló como un clavo luminoso en el cielo. La línea de sombra retrocedió por completo, como si alguien hubiera partido y separado la tierra en dos pedazos”. Como contrapartida, los diálogos son esquivos, ambiguos en ocasiones, lo que contribuye a reforzar la incomunicación de los personajes y crear una sensación de estar parado sobre un piso que en cualquier momento puede derrumbarse.

Más allá de la anécdota puntual hay un interesante trabajo con ciertos conceptos que se deslizan subrepticiamente (lo que habla bien del oficio del escritor), que atraviesan y enriquecen la novela.

Al principio compara la pérdida de la conciencia con un “sueño tan oscuro como el vientre de una ballena”. Esto es un punto a favor del autor, porque en esta novela los tropos no son meramente descriptivos, sino que añaden sentido. Así como Jonás había sido despojado de su familia y sus bienes, y debe permanecer en la ballena antes de emerger a una nueva vida, Violeto Parson ha perdido su memoria, y se encuentra, en un sentido espiritual, tan desnudo como el personaje bíblico. Despierta en un rancho que se inunda, y luego va a una estancia donde llueve casi a diario (lo que perjudica las tierras y las cosechas). Esta propiedad, dicho sea de paso, sufre los efectos de una represa que fue catastrófica para la economía del lugar. De hecho, casi todo el valle se encuentra bajo la línea del agua. El agua sigue siendo un espacio de tribulación y de encierro. Como el cuerpo del protagonista es un territorio donde transcurre buena parte la historia, el narrador utiliza de forma recurrente las imágenes y las comparaciones en un intento por mostrarnos aquello que por definición es intransferible: el dolor y las sensaciones personales. “Es como estar acostado en una balsa, sin hacer nada…” Y más adelante expresa: “simplemente no hago nada y me dejo ir sobre la cama, en este cuarto, a la deriva”. A pesar de que estas imágenes del agua aparecen una y otra vez, hay que destacar que, buena parte del tiempo, el clima en el que se mueve el personaje es de un calor opresivo. De modo que el agua funciona como la imagen de un lugar que si bien le proporciona un modo de existencia, lo mantiene prisionero. Sigue más adelante con otro simil que recuerda al de la ballena: “…me hundo en un sueño pesado y oleoso como las entrañas de un tiburón”.

Al término de la segunda parte, Violeto sufre un desmayo, lo que supone un momento de quiebre en la obra, que es contado con estas palabras: “Cuando no pudo más boqueó como un pez fuera del agua, pero pronto pasó a otro momento, el de quedarse quieto, estático, en una lucha silenciosa y dura contra los músculos torácicos, que se rebelaban contra la brutal idea de que todo había acabado”. En el inicio de la segunda parte Violeto comienza a construir el difícil camino de autoafirmación, por eso, en un hábil giro, se produce un cambio de narrador, de tercera a primera persona. “Por sobre todas las cosas”, afirma, “debía vencer la nada que me ataba a ese momento”.

Cerca del final de la novela, el personaje abandona la estancia con visible desencanto; en el camino se encuentra con un niño que se dedica a cazar serpientes y se queda charlando con él. Esta pausa es funcional a la historia, porque mientras tanto va a ocurrir algo que será determinante para la conclusión, pero también tiene que ver con ese entramado subterráneo y simbólico de la obra. El niño destaca que el valor de las serpientes radica en su piel. Precisamente, la simbología de la serpiente se relaciona con el cambio de piel. Es un símbolo de evolución, de trasmutación. De este modo, esa mención a las serpientes nos pone en la pista del desenlace de la historia.

Al cabo de la aventura, el protagonista regresa al mismo sitio geográfico de donde había partido. Esto podría sugerir la amenaza de una estructura circular, la idea de que este hombre está condenado a repetir los mismos movimientos. Sin embargo, no es esto lo que sucede, porque al término de este viaje iniciático, el personaje ya no es el mismo. Aprende que de nada sirve huir y que la búsqueda continúa. Efectivamente, Violeto Parson ha cambiado, y de algún modo el lector intuye que ya no va a recostarse en la enfermedad o la falta de carácter para tomar decisiones. Aunque a muchos haya sorprendido -y me consta que así fue- que el personaje tuviese el nombre que le eligió el autor, hay que reconocer que fue una decisión acertada: el violeta es el color de la transmutación.



Pablo Dobrinin

Los Viajes

A partir de hoy, comenzaré a publicar algunas reseñas, entrevistas y ensayos que han aparecido en diversos medios.
Hoy comienzo con una reseña de Los Viajes, de Ramiro Sanchiz, publicada en La Diaria el 19 de noviembre de 2012.


Otro nombre para la rosa


Los Viajes, Ramiro Sanchiz, 110 páginas, Melón editora, Buenos Aires, 2012.


Federico Stahl -escritor, músico y poeta- es un personaje que aparece, desde que fuera creado en el 2006, en distintas ucronías de Sanchiz como parte de un gran plan en el que cada una de las narraciones puede ser considerada el fragmento de una obra total. Al decir del catedrático español Jesús Montoya, que ha estudiado al autor uruguayo, “su obra está atravesada por la borgiana intuición de senderos que se bifurcan en universos paralelos, que se abren en cada uno de sus relatos y se cierran a su término.” “Todo ello protagonizado por Federico Stahl, una suerte de alter-ego del autor que muta levemente en cada una”. Esta faraónica creación, aun en proceso, y que no tiene precedentes en nuestra literatura, incluye hasta el momento las siguientes novelas: 0.1 lineal (Editorial Anidia, 2008, España), Perséfone (Estuario editora, 2009), Vampiros porteños, sombras solitarias (Editorial Meninas Cartoneras, 2010, España), Nadie recuerda a Mlejnas (Editorial Reina Negra, 2011, Bs. As.), La vista desde el puente (Estuario editora, 2011, Uruguay) y Trashpunk (Ediciones CEC, 2012, Argentina); además los libros de relatos: Del otro lado (La Propia Cartonera, 2010, Uruguay), Algunos de los otros (Premios Fondos Concursables 2009-Trilce, 2010, Uruguay) y Los otros libros (La Propia Cartonera, 2012).

Bañera burbujeante.


En Los Viajes, un ingeniero, que reside en un precario departamento del Palacio Salvo (un sitio rodeado por un halo de misterio, y sobre el que circulan siniestras historias de monstruos lovecraftianos), construye una máquina dotada de inteligencia artificial. Con el fin de comunicarse con ella, convence a Federico Stahl para participar de un experimento que incluye un tanque de aislamiento sensorial instalado en una bañera, drogas de diseño y un bizarro sistema de realidad virtual generado por viejas computadoras conectadas a la red. Como resultado, el sujeto del experimento tiene visiones epifánicas que lo llevan a considerar el sentido de su papel en el universo, o mejor dicho del multiverso, ya que existen muchos Federico Stalh en mundos alternativos. Las drogas que le proporciona la máquina lo hacen afirmar cosas como: “todo estaba en mí, y yo estaba en todos. A cada momento y en todas partes”. Esa IA, que alcanza su conciencia propagándose por internet, le ayuda a comprender la reconciliación de los opuestos y obtener un conocimiento de sí mismo que no puede expresar con palabras.
Tras el experimento, el protagonista narrador abandona el Palacio Salvo y mientras camina por la ciudad, comienza a notar que los colores del ocaso se derraman de un modo inusual sobre el paisaje, hasta el punto de desdibujar la ciudad de Montevideo. Así, Stahl se traslada a un universo-burbuja (que se identifica con un balneario llamado Punta de piedra), en el que no envejece, vive sin dificultades económicas, y puede convivir con amigos o amores que en el mundo “real” habían fallecido. Sin embargo, no tarda en sentir la falsedad de este paraíso artificial, y comienza a buscar una salida. Los cuestionamientos se suceden sin pausa, hasta el punto de no poder discernir si efectivamente se encuentra en esa playa, o si por el contrario, todavía continúa conectado a una máquina de realidad virtual. En su infatigable intento por regresar al mundo real (si es que tal cosa efectivamente existe), llega a la conclusión de que Punta de Piedra es un punto de confluencia entre distintas realidades. Con la ayuda de un Tratado y un diario dejados por otras versiones de Federico Stahl, intentará escapar de este sitio poblado de fantasmas del pasado o de su propia mente.

Alquimia y multiversos



Los Viajes es una nouvelle muy bien escrita, imaginativa y sobre todo riquísima en cuanto a significados. Para comprenderlo, basta con esbozar algunas de las posibles lecturas.

Como novela de ciencia ficción podríamos inscribirla dentro del ciberpunk, con su cóctel de antihéroes, y realidad virtual, pero también debemos considerar a los universos paralelos, las realidades alternativas interconectadas y las ucronías. Hay una extraordinaria descripción de los procesos mentales que se hacen visibles gracias a la pericia del autor, y los aspectos cientificistas van muy bien de la mano con consideraciones de tipo teosófico y filosófico. Así, por ejemplo, las reflexiones que realiza el creador de la mencionada computadora inteligente son muy ilustrativas. Para el viejo, la inteligencia es un proceso que describe como “la posibilidad de iterar, de dar saltos cuánticos, es decir, entre dimensiones”. También postula que la inteligencia es colectiva y no individual como se suele creer. “Todos somos nodos de una red, o momentos de una conciencia escindida y volcada en todos en subcompartimientos”. “El universo es una gigantesca mente, de la cual todos somos neuronas”. “Y esa “sobremente” es una computadora cuántica que procesa lo que llamamos realidad” “Los antiguos la reverenciaron como Dios”.

El propio pueblito de pescadores en el que se desarrolla casi toda la acción está cargado de símbolos y de significados que redimensionan la anécdota. Punta de Piedra ocupa un área circular del que no se puede huir, porque cuando uno llega a un límite termina regresando al principio como si se desplazara por una cinta de Moebius. El círculo, al decir de Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, suele corresponderse con un “retorno a la unidad tras la multiplicidad”, lo que en este caso es muy significativo, tratándose de un lugar que funciona como punto de confluencia de distintos universos y versiones del protagonista. Mide 5 kilómetros de diámetro, es un gigantesco arenal, y al noroeste limita con el mar y al noreste con un barranco infranqueable. El número 5 (de nuevo Cirlot) es el símbolo del hombre, lo que nos indica que es un espacio a la medida del individuo que lo habita. Las dunas, la arena, etc., representan el desierto mítico que debe recorrer antes de alcanzar su objetivo. El barranco (único frontera natural según se señala) representa el límite de sus posibilidades humanas: más allá no puede ir, saber o conocer, por eso la altura del barranco es de 300 metros (múltiplo de 3, símbolo de la divinidad).

El propio nombre “Punta de Piedra” tampoco puede ser tomado a la ligera. La piedra es un símbolo del ser y de la cohesión, y la piedra filosofal representa la unión de los contrarios, es símbolo de la totalidad. Según Evola, no hay diferencia entre el descubrimiento de la piedra filosofal y el nacimiento eterno. Recordemos de paso que en este lugar el personaje no envejece, y que la importancia de la alquimia es inherente a la propia anécdota. De hecho, el Tratado de las puertas y los pasajes-que debería proporcionarle un medio de escape- es descrito como un libro de “alquimia de otro mundo”. Los alquimistas, explica el autor del tratado, “habían sido los sobrevivientes medievales de una orden antiquísima cuyos miembros recorrían el mundo en busca de ciertos secretos (…) rastreando los elementos necesarios para crear una máquina que disolviera la simulación y devolviera a los humanos a la realidad”.

El mar, que integra el espacio geográfico, aparece en su función regeneradora, ya que devuelve a la vida a la novia de Federico. Agustina, que había muerto años atrás, es regresada por el mar, y con una rosa (que no se marchita) en su mano derecha. Esa rosa (símbolo del logro absoluto en alquimia) será clave para intentar el regreso al “mundo real”.

Otra de las posibilidades es considerar las peripecias de Federico para abandonar un mundo en el que está seguro y tiene sus necesidades satisfechas, como un intento de cumplir con una fase de crecimiento. En ese sentido, podríamos hablar de un rito de pasaje o viaje iniciático, lo que nos permitiría considerar también una lectura antropológica.

Todo es ilusión



Como se advierte, estamos en presencia de una obra que admite muchas lecturas, desde la ciencia ficción, la física, la filosofía, la psicología (gestalt incluida), la alquimia… Y aun hay más. Podríamos intentar un abordaje del artista como creador, por ejemplo, o una relectura de algunos temas de Borges o de Dick (a los que se menciona puntualmente), y también, porque no, una lectura acaso más obvia, que interprete Los Viajes como una extrapolación del hombre contemporáneo, que se sumerge en un ilusión permanente donde el tópico realidad-apariencia adquiere tonos de incertidumbre metafísica.

En definitiva, lo más importante es que estamos frente a una obra total, probablemente una de las novelas más ambiciosas de los últimos años, que cautiva la imaginación de los lectores y se erige como un desafío para los exégetas.

Pablo Dobrinin







viernes, 9 de noviembre de 2012

Nueva reseña de Colores Peligrosos

La Revista en línea Tela de Rayón, acaba de publica una reseña realizada por Juan Pablo Cozzi de mi libro Colores Peligrosos.
Quiero dar las gracias a la revista y muy especialmente al escritor y crítico que se encargó de la misma.
http://www.teladerayon.com/Articulos/Articulo.aspx?id=56672

Colores Peligrosos, de Pablo Dobrinin


8.11.2012

Dobrinin ha logrado conquistar la poética del despliegue, eso que tiene el libro como objeto: para leer es siempre necesario abrir.

La literatura, como el color, entra por los ojos. Reinventa e interpreta la acústica del lenguaje a partir del contraste entre lo vacío y lo no-vacío.


Los colores son el modo en que nuestra percepción identifica las refracciones de la luz; delimitan, por lo tanto, particulares formas de ser de las cosas. Algo que Pablo Dobrinin demuestra saber cuando colorea sus cuentos como quien monta una escena pictórica.

Trabajando a conciencia la estructura simbólica de cada uno de sus cuentos, Dobrinin crea una narrativa inteligente y poética que me propone siempre un desborde: algo que extralimita el texto y su trama, implicándome en un entramado mucho más complejo cuantos más símbolos logren captar mis receptores lumínicos.

Los diez cuentos recopilados en Colores Peligrosos tienen, al menos, cuatro elementos en común: el sexo, la muerte, la pintura (y por extensión, la creación artística) y la trascendencia.

El tratamiento del sexo, como el mismo autor sostiene, es interpretado como vía de conocimiento, quizás por eso engendra momentos de una erótica oscura y fantástica que deja al alcance de la vista (y de las manos) esa punta de ovillo que permite destejer para buscar lo medular. Donde hay sexo siempre está pasando algo más, pero nunca algo de más.

Asimismo, la muerte, como la trascendencia, no son menos importantes ni menos eróticas,porque provocan desde la aproximación a ese otro lado, siempre sugerido, de la existencia. Un revés que no puede sino transmitirse en términos poéticos.

La creación artística, representada en la mayoría de los cuentos a través de las artes plásticas, es recurrentemente abordada como un universo a desplegar. Un intersticio desde el cual accedo al reino de lo fantástico, que es otro modo de hablar de la existencia.

Tal como lo expresa Elvio Gandolfo en el prólogo, Colores Peligrosos es el primer libro de un autor que tiene una larga trayectoria en publicaciones digitales en varios idiomas. Editado en 2011 por Reina Negra (La Plata - Argentina) y a la espera de una reedición en Uruguay, Dobrinin ha logrado conquistar la poética del despliegue, eso que tiene el libro como objeto: para leer es siempre necesario abrir.





Por Juan Pablo Cozzi