martes, 8 de marzo de 2011

Portada y Prólogo de Colores Peligrosos


Este es el dibujo de portada realizado por Augusto Montiel Belmonte. Y a continuación tiene el prólogo completo, escrito por el incomparable Elvio E. Gandolfo.
Prólogo a “Colores peligrosos”, de Pablo Dobrinin
Elvio E. Gandolfo

Estas líneas tendrían que ser, a esta altura, el prólogo al tercer o cuarto libro de Pablo Dobrinin. Incluso podrían ser mi segundo o tercer prólogo a uno de sus libros. El hecho de que sea en cambio el primero (tanto el libro como el prólogo), tiene más ventajas que desventajas. Gracias al famoso mecanismo de la así llamada “amansadora editorial” (al que fueron sometidos otros autores uruguayos que dejaron constancia, como Felipe Polleri), el primero, segundo, y tal vez tercer libro de Dobrinin quedaron inéditos.
Ahora aparece este primero y el efecto no puede ser más contundente. No tiene desperdicio. Los relatos se van sumando, distintos, con densidades varias, hasta construir uno de los primeros libros más sólidos aparecidos en los últimos años en el Río de la Plata. Su aparición, además, alegrará a quienes vienen siguiendo su nombre en publicaciones periódicas varias (en castellano, en francés, en italiano), a quienes hayan entrado en su muy peculiar blog, incluso a quienes hayan leído su extenso trabajo sobre la ciencia ficción y fantasía uruguaya online. Si sus dos o tres primeros libros podrían haber demorado en conseguir un público, este ya tiene un mínimo asegurado. El público crecerá ahora, aumentado por el boca a boca.
Nos conocimos hace una buena cantidad de años, a través de la librería donde él trabajaba, y pronto me pasó una cantidad de narraciones. Ya había algunos de los excelentes títulos de este libro. Por ejemplo “La venganza de los niños”, esa viñeta memorable, o “El regreso del Capitán Rayo”, ese relato esquinado, que usa de taquito los rasgos de la ciencia ficción para alzar entre líneas un muy entretenido y emotivo homenaje a la adolescencia y el pasado desaparecido, y a través del homenaje, al coraje personal en seguir manteniéndolos vivos. Es, en el sentido profundo de la palabra, un cuento de aventuras, donde el filo probable de la ironía queda ablandado y complicado por algo que no sería erróneo llamar “buena onda”.
El modo en que los cuentos y novelas cortas (en este caso “El regreso de los pájaros” o “Colores peligrosos”) muestran ese concepto de la “buena onda”, tan desmonetizado en los ambientes de la “intelligentzia”, aumenta su desmarque de las tendencias convencionales por la manera en que abarcan también “el espíritu” o “las otras dimensiones”. En algunos casos se cruzan, como ocurre en “Luces del Sur”, uno de los grandes relatos del libro, donde el erotismo decadente y hasta revulsivo parte de una situación de carencia (sin trabajo, sin mujer, sin lugar donde vivir) y culmina en una relación cuerpo a cuerpo de un nieto y una abuela. La actitud del que narra disuelve, sin dejar de reconocerlo, el componente del asco, por una parte. Por la otra, en un relato montevideano clásico podría tratarse de una sola vez, explicada hasta el hartazgo. Aquí, en cambio, la situación se repite mucho, y eleva a quienes ejercen esa energía insondable de la sobra, de la vejez deforme, del requecho, del deseo de hundirse alegremente en ella, y aprovecharla, en vez de rechazarla. Gracias a eso, aparece un costado final, de ascenso práctico y metafísico a la vez.
En el caso de “Colores peligrosos” Dobrinin usa otro tipo de herramientas. Decide armar una ciudad medio fantástica y medio real, donde las cosas abstractas (en especial el arte idem) tienen peso figurativo concreto, dividen la trama urbana en dos, y despliegan una guerra desatada. El que narra acá sigue teniendo los rasgos inquisitivos, aventureros, espirituales de otros relatos, pero la división entre bueno y malo, blanco y negro, se bifurca. El personaje animal odiado es reconocido sin embargo como un talento, un artista. Pero los impulsos propios (la violencia, la venganza, la herida afectiva) llevan a complicar la imagen cómoda de sí mismo.
Envuelto en ese tipo de relatos, aparece “La película de Artaud”, casi un texto experimental difícil, por el carácter inclasificable y esquivo del creador francés original. Más sutil y curiosa es la figura también real del pintor ruso Isaac Levitan, no solo promotora del relato donde figura su nombre, sino también de varios de los cuadros incluidos en el blog de Dobrinin. Pero sobre todo gestor, por su mero vigor o latido, de uno de esos escapes inexplicables y a la vez directos de la literatura fantástica.
Cualquier escritor más o menos competente de cualquier edad puede hacerse cargo de un relato más o menos legible de ciencia ficción. Pero cuando se trata del latido (mucho más que de la fantasía) de la literatura fantástica, el desafío se vuelve más difícil. Porque exige del que escribe una participación que incluye la experiencia, lo aprendido sobre los otros planos de lo real. En esos casos la parafernalia técnica o verbal pasa a segundo plano: se vuelve sencilla y calma para retratar ese salto al otro lado que está en tanto relato de Algernoon Blackwood, de Borges, de Arthur Machen, del primer Julio Cortázar. Ese aplomo para contar lo que parece incontable, para hacer que reverdezcan lo que parecen lugares comunes (el escape, la sensación de destino cumplido, el peso trascendente del pasado personal) aparece en su expresión más plena en “El regreso de los pájaros”.
Cuando acepté prologar el libro de Pablo Dobrinin, decidí releerlo completo, por las dudas. Pero mientras lo leía los cuentos volvían a proyectarse como la primera vez, nitidos y nuevos. Me admiraron la seguridad descriptiva, el sentido del humor más bien sonriente que agresivo, el coraje para enfrentar determinada temática “peligrosa” (en Uruguay, básicamente por lo que puedan pensar “los demás”). Querido lector (que de semejante o hermano mío no tienes nada), este libro te sorprenderá, te encantará al viejo estilo, o te hará pasar a sitios desconocidos. Siempre hacia adelante, con esa actitud de la primera persona de Dobrinin, que se analiza a sí mismo con rigor, que medita, pero todo mientras sigue su recorrido sin detenerse, con curiosidad, con deseo, con aventura y riesgo.